domingo, 9 de marzo de 2014

Al grano

Se va acercando el momento de terminar el manuscrito. Los nervios y los bloqueos inesperados están a la orden del día, pero el libro avanza. Lento, pero avanza. Y una de las cosas que más lo hace avanzar es la falta de lo que muchos lectores calificamos como "paja": esas descripciones minuciosas y bucólicas de un determinado escenario o una determinada escena.


En principio, como autora, no tengo nada en contra de las descripciones, siempre y cuando sean necesarias para el desarrollo del argumento. Siempre y cuando me sienta a gusto con ellas, no me aburran y no me hagan parecer Anne Igartiburu en Corazón, Corazón. 
"Hola, corazones, hoy os hablaremos del maravilloso estilismo de la princesa Carolina de Mónaco..." 
Esto ocurre sobre todo cuando me toca describir la ropa que lleva cada cual en una escena determinada. ¡Y ojo, que esta novela se presta especialmente a este tipo de sensación de magazine rosa! Sensación que odio; la odio como espectadora y como lectora. No soporto que me digan a cada momento de qué color lleva las bragas la protagonista de turno (quizá sea por eso que llevo tan mal lo de la erótica actual).

Pero, claro, con una protagonista como Gillian y una secundaria como Saffron, este tipo de descripciones frívolas son casi obligatorias en la novela. Y es que aquí nos enfrentamos a dos fashion victims, por lo menos al comienzo... Dos criaturas que viven por y para la moda, que se sienten obligadas a ir a la última, asistir a todos los desfiles y conocer todas las tendencias. Y a todos los modistos de renombre. Aunque la novela nos traslada a un hipotético año 2037, presumo que nada de eso va a cambiar, porque la frivolidad y el hedonismo son inherentes a la condición humana.

A pesar de todo, yo prefiero centrarme en las relaciones personales y los diversos enredos en los que se ven envueltos los diferentes personajes y dejar que el lector (al que imaginación no le falta) dibuje, a su aire, los modelitos que luce cada cual. Siempre he pensado, como lectora y tanto más como autora, que en una novela no debe faltar nada ni debe haber nada gratuito ni puesto al tun tun. Pero, entre el defecto y el exceso, hay que procurar que el lector, al terminar, no diga aquello tan típico de: 
"Uff, yo le hubiera quitado la mitad de las páginas".

Claro que lectores hay tantos como gustos y tantos como colores.
Que hagas lo que hagas, siempre encontrarás quien te diga que él o ella lo hubiera hecho mucho mejor, más esto, menos aquello, y blablabla...
Por eso, lo importante y fundamental es que te sientas a gusto con lo que escribes.
Porque la primera lectora de tu novela eres tú.
Y si tú no te sientes cómoda con lo que has escrito y cómo lo has escrito, ten la seguridad de que eso va a transmitirse a los futuros lectores. Y no les va a gustar, independientemente del género, la temática, los personajes o  la trama de tu historia.



Por eso, y a pesar de que la tradición literaria dicta la obligación de descripciones minuciosas en las "grandes novelas", yo prefiero ir al grano. Decir lo máximo con el mínimo de palabras, intentar no repetirme como el ajo, y como bien he dicho antes: no convertir mi novela en un programa del corazón.

Digan lo que digan, creo en el humor inteligente y en que una comedia romántica puede ser tan buena como el mejor drama existencial.

En ello estoy y espero no defraudaros.
HASTA MUY PRONTO

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