domingo, 22 de septiembre de 2013

Conociendo a Gillian & Alexandra

Gillian


Apenas faltan 5 meses para que la novela llegue a Amazon y para hacer un poquito menos larga la espera, he pensado subir al blog un pequeño fragmento de la novela... Muy pequeño, pero que os servirá para conocer un poquito mejor a las protagonistas.

Samuel


"Salgo a un sol espléndido de primavera, de esos que te deslumbran si no llevas tus gafas de sol bien puestas y bien graduadas… porque, ¿te he dicho que soy más miope que mi madre? Ésta es la clase de cosas que ella no mencionaba en las entrevistas porque no era amante de sacar a la luz debilidades ni defectos. Pues sí, que lo sepas, soy miope y llevo gafas. No las he llevado siempre, por supuesto, sólo de un tiempo acá. Unos dos años, más o menos.
Aunque la verdad es que tengo la mala costumbre de olvidarlas en algún rincón de la casa.
«Desastre, desastre, desastre.»
Será por eso que me doy de bruces con un tipo alto y, ¿bastante guapo?, en mitad de la calle.
Me mira con ojos desorbitados, oscuros y cálidos como una taza de chocolate deshecho, y juraría que se le ha cortado la respiración. 
«Pero ¡serás vanidosa!»
Que sí, que sí, míralo tú: ahí, plantado, sin apartar los ojos de mí, sin decir ni mu, como si le hubiera comido la lengua el gato. Asombroso, no recuerdo un comportamiento parecido ni en lo mejor de mis dieciocho años.
—Perdona…
—…
—Perdona… ¿Puedo ayudarte en algo? ¿Estás bien?
—…
—Oye, me estás asustando, ¿te ocurre algo?
—¿Eres real?
«¿Me está vacilando?»
—Perdona… Por supuesto que soy real, tócame.
«¿Le he dicho “tócame”? Cada día estoy peor. Oh, my God!»
Pues sí, lo he dicho porque alarga la mano y me acaricia la mejilla. Tiene las manos suaves y calientes. Y huele bien ¿Armani? ¿Dior?
—Jamás vi nada tan hermoso.
«Otro que necesita gafas… y a éste unas de Prada le quedarían de miedo.»
—¿No exageras un poco?
«Me gustaría saber por qué estoy iniciando una conversación con un hombre del que no sé ni su nombre.»
—No —afirma categóricamente mientras sonríe, todavía embobado—. En absoluto… aunque tal vez tú no te veas con los mismos ojos que te veo yo.
—En eso tienes toda la razón. Yo no pongo mirada de corderito degollado.
«¿Así ligan los tíos ahora? ¡Qué desfasada estoy!»
—Perdona… te llamas…
—Sam… Samuel Johnson.
—Gillian O’Keeffe, aunque todos me llaman Gill.
—Claro, claro… Y a mí Sam.
«Me gusta el nombre de Sam.»
—¿Puedo invitarte a algo, un café, una copa?
—Yo… Eh… Yo… La verdad es que voy un poquito apurada de tiempo, esta noche tengo una cena familiar y…
Suena mi iPhone; el nombre de Alex aparece reflejado en la pantalla como un recordatorio de que no tengo nada que hacer con este hombre, en mitad de la calle; un hombre al que acabo de conocer, a quien probablemente no volveré a ver en mi vida, un hombre que es demasiado guapo para olvidarse de él de un día para otro… Pero yo tengo pareja, y mi pareja me espera en casa, y es su cumpleaños, y yo no puedo amargarle el día hablándole de este encuentro. Porque tú tal vez no lo sabes o no lo recuerdas, pero Alex es muy celosa (y yo no lo soy menos) y si le hablara de Sam… Pero ¿qué tonterías estoy diciendo? ¿A santo de qué le voy a hablar de Sam? Sam es una anécdota, un paréntesis en el ajetreo de hoy; mañana ni siquiera me acordaré de él, ni él de mí, aunque ahora jure y perjure lo contrario.

Alexandra


Respondo a la llamada.
—Dime…
—¿Se puede saber dónde te metes?
—En Bond Street, frente a Prada… He ido a comprarme el vestido para la cena.
—Pero si tienes el armario a rebosar…
—No había nada que me gustara.
—Eres una caprichosa.
—No es verdad.
De repente veo a Sam, que sigue sin quitarme ojo de encima.
—Oye, te dejo, nos vemos luego en casa.
—¿Estás con alguien?
—No… Bueno, sí… Ya te contaré a la vuelta.
—¿Hombre o mujer?
—¿Qué más da?
—¿Me lo dices o lo tengo que adivinar?
—Que te digo que te lo cuento luego.
Y cuelgo.
Y el tipo sigue ahí. Inamovible como un semáforo. Impertérrito como un Adonis griego. Con esa carita de niño que se ha quedado sin postre. ¿Y qué hago yo ahora? ¿Qué digo?
«¡Qué mal resuelvo estas situaciones, Señor, qué requetemal!»
Intento parecer amable; ni poco ni mucho, sólo amable.
—Ha sido un placer conocerte, pero llevo prisa y no puedo entretenerme más.
—¿Volveré a verte?
—Lo dudo.
—Eso no es un «no» tajante.
—Nadie sabe lo que nos deparará la vida, ni siquiera nosotros.
—Mantendré la esperanza intacta.
—Allá tú.
Me niego a dar alas a su enamoramiento de colegial y me voy sin volver la vista atrás. Cuanto antes desaparezca, antes lo olvidaré, antes me olvidará y antes quedará todo olvidado."

Y EL DÍA 28... TACHÁN, TACHÁN, TACHÁN... ¡¡LA PORTADA!!

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